martes, 28 de julio de 2009

Noche de trenes: Desde Saltillo


La primera vez que viajé en el clásico ferrocarril resultó ser también la última: los trenes de pasajeros fueron clausurados días después. Yo era tan pequeño que mi hermana menor todavía ni en planes estaba. Mi madre, fanática de los ahorros, sólo compró dos asientos para ella, padre, hermano de cuatro años y yo. El tren partió de Saltillo hacia Sabinas donde mi abuela vivía. El viaje, que nos tomaría en carro cuatro horas, en tren se convirtió en una pesadilla de ocho.

Asomándome a la ventana veía pasar tan lentos los postes de luz que me sentía capaz de bajarme, caminar al lado del tren un rato y luego subir de un brinco. El clima de aquel verano se sentía más horrible en los asientos aterciopelados, el pasillo pequeñísimo y las ventanas por donde casi no entraba aire. Como tenía seis años, mis recuerdos se mezclan con la escenas de tren de las películas: no se si me bajé del tren y caminé o si había vendedores de comida hindú y unos bandidos recorriendo el techo.

Después de eso y por muchos años, los únicos trenes de pasajeros que hubo en el país fueron los metros de Monterrey, de la Cuidad de México y de Guadalajara. En Chihuahua sobrevivía un tren de pasajeros pero nunca fui, al tiempo se extinguió junto con los tarahumaras.

Ahora las cosas son más sencillas. Ir al centro de Monterrey desde Saltillo, me toma media hora. El tren de alta velocidad nos facilitó la vida uniendo a la metrópoli desde hace cuatro años. Uno paga los cuatro dólares, entra al andén y al subir escoge su lugar. Cuando el tren arranca las cosas pasan tan rápido por la ventana que apenas son manchas. La gente viaja ligero porque muchos trabajamos en Monterrey y vivimos en Saltillo, una ciudad, que si bien no es chica, es tranquila y más fresca. Usualmente pongo en mi chip del oído música de antaño, de mis años pubertosos: La desaparecida Britney Spears y Madonna que a sus 70 años sigue cantando aunque ya no es lo mismo que antes. Me gusta oir esa música que contrasta con la modernidad de la metrópoli: los rascacielos de Saltillo, las amplias unidades habitacionales de Nueva Santa Catarina y la estación espacial de San Pedro

Pero ayer el tren se detuvo de repente, una robot que vendía comida fue a dar hasta el final de pasillo con el enfrenón: pude ver su cara de preocupación. Era la primera vez que el tren se detenía desde su inauguración cuatro años atrás. Había un problema en las vías: un robot gigante se había caído en ellas dificultando la circulación. Cuando arreglaron el problema pasamos al lado de los restos de robot, hacía veinte años que no veía robots gigantes, desde que los pasaban en la tele, y desde hace como cuarenta que no veía pasar tan lento los postes que me sentía capaz de bajarme, caminar al lado del tren un rato y luego subir de un brinco.

lunes, 20 de julio de 2009

Breakfast at Tiffany's


Paul: Holly, estoy enamorado de ti.

Holly: Y qué.

Paul: ¿Y qué? Te amo, perteneces a mí.

Holly: No. Las personas no pertenecen a otras personas.

Paul: Claro que sí.

Holly: No voy a dejar que nadie me ponga en una jaula.

Paul: No quiero ponerte en una jaula, quiero amarte.

Holly: Es lo mismo.

Paul: No, no lo es, Holly.

Holly: No soy Holly, no soy Lullaby, no se quien soy, soy como el gato: un par de infelices sin nombre, no pertenecemos a nadie, nadie nos pertenece, ni siquiera nos pertenecemos el uno al otro.

Paul: ¿Sabes que es lo que esta mal contigo, señorita Quien-quiera-que-seas? Eres un cobarde, no tienes agallas. Tienes miedo de sacar tu barbilla y decir “Okey, la vida es una realidad, la gente se enamora, las personas se pertenecen las unas a otras porque esa es la única oportunidad que alguien tiene para alcanzar la verdadera felicidad". Te consideras un espíritu libre, un ser salvaje y tienes miedo de que alguien pueda meterte en una jaula. Bueno, baby, ya estás en una jaula, la construiste tu misma, esta dondequiera que vayas. Porque no importa a donde corras, siempre terminaras tropezando contigo mismo.

domingo, 5 de julio de 2009

La llamada final



Harry llama a Marion en Requiem for a dream de Darren Aronofsky

—Hola.
— ¿Marion?
— ¿Harry?
—Marion, He pensado mucho en ti ...¿Estas bien?
— ¿Cuando vas a venir a casa?
—Pronto.
— ¿Cuando?
—Pronto, lo sabrás ¿de acuerdo?
—Harry, ¿podrías venir hoy?
—Sí..... sí, sí... iré, iré hoy ... sólo espera por mí ¿sí?
—Esta bien, Harry.
—Volveré, Marion.
—Sí.
— ¿Marion?
—Sí
—Lo siento.
—Lo sé.


Guzman llama a Angela Un mundo infiel de Julián Herbert

—Ya contesté, mamá, ¿bueno?... Guz.
—Angelito.
—Aquí estoy, amor.
—No tengo nada que decirte, Ángela. Hablé nada más para eso.
—¿Estás bien?
—Sí. Más o menos.
—¿Cómo estuvo la fiesta?
—No estuvo mal. El mariachi era bueno. Pero luego comenzó a llover durísimo y todo mundo salió corriendo.
—Acá más bien hizo frío. Estamos a cinco grados. No llovió.
—Acá estamos como a doce.
—¿Quieres que vaya por ti?
—Yo soy la que trae el coche.
—¿Segura que no quieres nada?
—No. Ahorita no quiero nada.
—Sale, pues. Nos vemos más tarde.
—Sale...Oye, Guz ¿te acuerdas de esa vez, cuando éramos novios, en que estábamos como a dos grados y se me descompuso el bóiler, y yo me bañe con agua fría porque habíamos quedado de salir a bailar?... ¿Te acuerdas?
—No. No me acuerdo.
—Claro que te acuerdas, hombre. Siempre que hace frío te reprocho que me dejaste plantada y encima casi me da una neumonía. Y tú siempre dices lo mismo que no lo recuerdas.
—Sí, creo que tienes razón. Pero de deveras no me acuerdo. A ver cuéntame más
—No, no: al contrario. Sólo quería prometerte no volver a mencionarlo nunca.


Cuki llama a Midyet en La vida sin Pixie de Ruy Xoconostle

— ¿Bueno?
Pausa
Bueno.
—Hola.
Hola.
— ¿Dónde estás?
Pausa
No sé
Pausa
¿Qué haces ahí?
—Madre me invitó a cenar.
Ah.
Pausa. Una Larga pausa
¿Vas a estar mucho rato?
—¿Por qué?
Pausa
Podría ir. Podríamos hablar.
Pausa
—No se si sea muy buena idea.
Pausa.
—Como quieras.
Pausa
Si quiero.
—Okey.
Te veo al rato entonces.
—Okey. Un beso. —Midyet se estremece al decir lo último.
Pausa.
Beso.
Clic.


Rul llama a Ela en Robots morados de Israel Flores

—Hola
—¿Cómo estas?
—Bien ¿y tu? ¿Dónde estas?
— Pues aquí en mi casa. Estaba...
—Te quiero mucho, un chingo.
—Yo también te quiero mucho, aunque eres un pendejo.
—Ya sé.
—¿Crees que podriamso quedar para algo algun dia? ¿salir o así?
—Tal vez...Tengo que decirte algo.
—¿Qué pasa?
—Me voy, tengo que encontrar a mi padre.
—¿Ya no te voy a ver?
—Estoy en el aeropuerto.
—¿Y cuándo vuelves?
—No lo sé, tal vez nunca.
—Pero, Rul , te estoy diciendo que te quiero, ¿no es eso lo que querías oír? ¿no necesitabas eso para que pudiéramos estar bien? ¿No lo estuviste pidiendo por casi un año?
—Es tarde, Ela, ya anunciaron mi vuelo.
—No Raúl, ¡no te puedes ir!
—No sé que decirte.
—Pues, tal vez que vas a volver, que me quieres y que un día vamos a estar juntos, que vas a hacer algo por mí, por nosotros.
—No te puedo prometer nada.
—Jodete, Raúl.

La cuidad osa

La ciudad como siempre y yo como la ciudad: sola, triste, gris y abandonada. Nada logra cambiar su aspecto ni el mío. Me gustaría no encontrarme en la ciudad, ni en mi misma, ni en ningún lugar. Miro la cuidad: aquí no hay nada. Miro a todos los que conocemos, a los que se han ido. Saltillo apesta, por eso Marcelo se fue. Como estoy en Saltillo pues apesto y en esta apestosa realidad no cabe mi mundo de novela porque la vida es tres veces más hardcore.
Hubiera dado todo por él pero era muy güey para verlo. Su calor me bastaba y ahora no encuentro la paz en nada de lo que hago. No puedo llegar a ninguna esquina sin terminar mal. Cuando se fue sentí que me moría y desde ese momento me he muerto muchas veces pero nada lo traerá de vuelta.
Creo que caminamos, siempre, todos los días. Él caminó y se fue, nosotros aquí nos atascamos. Al caminar arrastro un bulto invisible que es Marcelo, como un costal que se ha podrido y la gente me mira como a un vagabundo.
Se me dificulta respirar cada vez que lo recuerdo, me duelen las mandibulas de callar lo que siento. Lloro en el trabajo, en la cama, en el baño, en el camión que me lleva a la casa, e incluso he corrido la tinta de estas páginas al escribirlas.

Luego de un tiempo decidí ir a verlo: la lápida era una loza de piedra con el borde redondeado, como las gringas. Le dije todo lo que sentía por él, que lo amaba y que no me importaba que no regresara, que no se sintiera comprometido a mis sentimientos, que lo amaba sin importar que no me correspondiera y que no tenia que preocuparse por mí. Después de eso lo amé unos años más y al final lo dejé seguir su camino.