
La primera vez que viajé en el clásico ferrocarril resultó ser también la última: los trenes de pasajeros fueron clausurados días después. Yo era tan pequeño que mi hermana menor todavía ni en planes estaba. Mi madre, fanática de los ahorros, sólo compró dos asientos para ella, padre, hermano de cuatro años y yo. El tren partió de Saltillo hacia Sabinas donde mi abuela vivía. El viaje, que nos tomaría en carro cuatro horas, en tren se convirtió en una pesadilla de ocho.
Asomándome a la ventana veía pasar tan lentos los postes de luz que me sentía capaz de bajarme, caminar al lado del tren un rato y luego subir de un brinco. El clima de aquel verano se sentía más horrible en los asientos aterciopelados, el pasillo pequeñísimo y las ventanas por donde casi no entraba aire. Como tenía seis años, mis recuerdos se mezclan con la escenas de tren de las películas: no se si me bajé del tren y caminé o si había vendedores de comida hindú y unos bandidos recorriendo el techo.
Después de eso y por muchos años, los únicos trenes de pasajeros que hubo en el país fueron los metros de Monterrey, de la Cuidad de México y de Guadalajara. En Chihuahua sobrevivía un tren de pasajeros pero nunca fui, al tiempo se extinguió junto con los tarahumaras.
Ahora las cosas son más sencillas. Ir al centro de Monterrey desde Saltillo, me toma media hora. El tren de alta velocidad nos facilitó la vida uniendo a la metrópoli desde hace cuatro años. Uno paga los cuatro dólares, entra al andén y al subir escoge su lugar. Cuando el tren arranca las cosas pasan tan rápido por la ventana que apenas son manchas. La gente viaja ligero porque muchos trabajamos en Monterrey y vivimos en Saltillo, una ciudad, que si bien no es chica, es tranquila y más fresca. Usualmente pongo en mi chip del oído música de antaño, de mis años pubertosos: La desaparecida Britney Spears y Madonna que a sus 70 años sigue cantando aunque ya no es lo mismo que antes. Me gusta oir esa música que contrasta con la modernidad de la metrópoli: los rascacielos de Saltillo, las amplias unidades habitacionales de Nueva Santa Catarina y la estación espacial de San Pedro
Pero ayer el tren se detuvo de repente, una robot que vendía comida fue a dar hasta el final de pasillo con el enfrenón: pude ver su cara de preocupación. Era la primera vez que el tren se detenía desde su inauguración cuatro años atrás. Había un problema en las vías: un robot gigante se había caído en ellas dificultando la circulación. Cuando arreglaron el problema pasamos al lado de los restos de robot, hacía veinte años que no veía robots gigantes, desde que los pasaban en la tele, y desde hace como cuarenta que no veía pasar tan lento los postes que me sentía capaz de bajarme, caminar al lado del tren un rato y luego subir de un brinco.
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